-¿Qué tienes, querido Jimmy? -le
pregunté-. ¿En qué piensas?
-En el pasado -me respondió
simplemente sin mirarme- y volvió a sumirse en su contemplación.
Y como temiese haberme herido por
la brusquedad de la respuesta:
-No tengo motivos para esconderte
nada -replicó-. Pero por otro lado, nada puedes hacer ¡ay! por mí; y suspiró en
forma que me destrozó el corazón.
Tomó cierto tiempo. Dio media
vuelta a las dos arandelas de fieltro blanco que rodean sus pupilas negras y
que son el alma de su expresión. Pasó ésta al punto de la atención íntima, al
ensueño melancólico. Y me habló así:
-Sí, pienso en el pasado. Pienso
siempre en el pasado. Pero hoy especialmente, esta primavera tibia e insinuante
reanima mi recuerdo. En cuanto al rayo de sol quien, clava a tus pies, fíjate
bien, la alfombra que transfigura, este rayo de sol se parece tanto a aquel
otro en el cual encontré por primera vez a... ¡Ah! ¡siento que necesitarás
suplir con tu complacencia la pobreza de mis palabras!
-Imagínate la criatura más rubia,
más argentinada, más locamente etérea que haya nunca danzado por sobre las
miserias de la vida. Apareció y, mi ensueño se armonizó al instante con su
presencia milagrosa. ¡Qué encanto! Bajaba por el rayo de sol, hollando con su
presencia deslumbrante aquel camino de claridad que acababa de recordármela.
Suspiros imperceptibles a nuestro burdo tacto animaban a su alrededor un pueblo
de seres semejantes a ella, pero sin su gracia soberana ni su atractivo
fulminante. Retozaba ella con todos un instante, se enlazaba en sus corros, se
escapaba hábil por un intersticio, evitaba de un brinco el torpe abrazo del monstruo-mosquito
ebrio y pesado como una fiera... mientras que un balanceo insensible y dulce la
iba atrayendo hacia mí-. Dios mío ¡qué linda era!
-Como rostro no tenía ninguno
propiamente hablando. Te diré que en realidad no poseía una forma precisa. Pero
tomaba del sol con vertiginosa rapidez todos los rostros que yo hubiese podido
soñar y que eran precisamente los mismos con que soñaba cuando pensaba en el
amor. Su sonrisa en vez de limitarse a los pliegues de la boca se extendía por
sobre todos sus movimientos. Así, aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de
un cobre, tan pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo, ya oscura y
misteriosa como la noche. Era a la vez suave como el terciopelo, loca como la
arena en el viento, pérfida como el ápice de espuma al borde de una ola que se
rompe. Era mil y mil cosas más rápido que mis palabras no lograban seguir sus
metamorfosis.
-Quedé larguísimo rato mirándola
invadido por una especie de estupor sagrado... De pronto se me escapó un
grito... La bailarina etérea iba a tocar el suelo. Todo mi ser protestó ante la
ignominia de semejante encuentro, y me precipité.
-Mi movimiento brusco produjo
extrema perturbación en el mundo del rayo de sol y muchos de los geniecillos se
lanzaron, creo que por temor hacia las alturas. Pero mis ojos no perdían de
vista a mi amada. Inmóvil, conteniendo la respiración, la espiaba con la mano
extendida. ¡Ah divina alegría! La mayor y la última ya de mi vida. En esa mano
extendida había ella caído. Renuncio a detallarte mi estado de espíritu. El
corazón me latía en forma tan acelerada que en mi mano temblorosa, mi dueña
bailaba todavía. Era un vals lento y cadencioso de una coquetería infinita.
-Señorita Grano de Polvo... -le
dije.
-¿Y cómo sabes mi nombre?
-Por intuición, le contesté, el...
en fin... el amor.
-El amor, exclamó ella, ¡Ah! y
volvió a bailar pero de un modo impertinente. Me pareció que se reía.
-No te rías -le reproché-, te
quiero de veras. Es muy serio.
-Pero yo no tengo nada de seria
-replicó-. Soy la señorita Grano de Polvo, bailarina del Sol. Sé demasiado que
mi alcurnia no es de las más brillantes. Nací en una grieta del piso y nunca he
vuelto a mi madre. Cuando me dicen que es una modesta suela de zapato, tengo
que creerlo, pero nada me importa puesto que soy ahora la bailarina
del Sol. No puedes quererme. Si me quieres, querrás también llevarme contigo y
entonces ¿qué sería de mí? Prueba, quita tu mano un instante y ponla fuera del
rayo.
Le obedecí. Cuál no fue mi
decepción cuando en mi mano, reintegrada a la penumbra, contemplé una cosita
lamentable e informe, de un gris dudoso, toda ella inerte y achatada. ¡Tenía
ganas de llorar!
-¡Ya ves! -dijo ella-. Está ya
hecha la experiencia. Sólo vivo para mi arte. Vuelve a ponerme pronto en el
rayo de sol.
Obedecí. Agradecida bailó de
nuevo un instante en mi mano.
-¿De qué cosa es tu mano?
-Es de fieltro, contesté
ingenuamente.
-¡Es carrasposa! -exclamó-.
Cuánto más prefiero mi camino aéreo -y trató de volar.
Yo no sé qué me invadió. Furioso,
por el insulto, pero además por el temor de perder a mi conquista, jugué mi
vida entera en una decisión audaz. Será opaca, pero será mía, «pensé». La cogí
y la encerré dentro de mi cartera que coloqué sobre mi corazón.
Aquí está desde hace un año. Pero
la alegría ha huido de mí. Esta hada que escondo, no me atrevo ya a mirarla tan
distinta la sé, de aquella visión que despertó mi amor. Y sin embargo prefiero
retenerla así que perderla de un todo al devolverle su libertad.
-¿De modo que la tienes todavía
en tu cartera? -le pregunté picado de curiosidad.
-Sí. ¿Quieres verla?
Sin esperar mi respuesta y porque
no podía aguantar más su propio deseo, abrió la cartera y sacó lo que se
llamaba: «la momia de la señorita Grano de Polvo». Hice como si la viera pero
sólo por amabilidad, pues en el fondo, no veía absolutamente nada. Hubo entre
Jimmy y yo un momento de silencio penoso.
-Si quieres un consejo -le dije
al fin- te doy éste: dale la libertad a tu amiga. Aprovecha ese rayo de sol.
Aunque no dure más que dos horas serán dos horas de éxtasis. Eso vale más que
continuar el martirio en que vives.
-¿Lo crees de veras? -interrogó
él mirándome con ansiedad-. Dos horas. ¡Ah, qué tentaciones siento! Sí,
acabemos: ¡sea!
Así diciendo, sacó de su cartera
a la señorita Grano de Polvo y la volvió a colocar en el rayo. Fue una
resurrección maravillosa. Saliendo de su misterioso letargo la bailarinita se
lanzó loca, imponderable y como espiritual, idéntica a la descripción
entusiasta que me había hecho Jimmy. Comprendí al punto su pasión. Había que verlo
a él inmóvil, bocabierto ebrio de belleza. La voluptuosidad amarga del
sacrificio se unía a la alegría purísima de la contemplación. Y a decir verdad,
su rostro me parecía más bello que la danza del hada, puesto que estaba
iluminado de una nobleza moral extraña a la falaz bailarina.
De pronto, juntos, exhalamos un
grito. Un insecto enorme y estúpido, insecto grande como la cabeza de un
alfiler, al bostezar acababa de tragarse a la señorita Grano de Polvo.
¿Qué más decir ahora?
El pobre Jimmy con los ojos fijos
consideraba la extensión de su deleite. Nos quedamos largo rato silenciosos
incapaces de hallar nada que pudiese expresar, yo mi remordimiento y él su
desesperación. No tuvo ni para mí, ni para la fatalidad siquiera una palabra de
reproche, pero vi muy bien cómo bajo el pretexto de levantar la arandela de
fieltro que gradúa la expresión de sus pupilas, se enjugó furtivamente una
lágrima.
Teresa de la Parra - Wikipédia
Conto retirado, emprestado e por muito amor, da Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
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